CORDUAN WINFRIED & HABERMAS GARY & WHITERINGTON BEN
No se espera que sucedan los milagros. Por eso se llaman así. Si los milagros consistieran en cosas que ocurren de manera normal en el curso de un día cualquiera, cualquier discusión en torno a ellos no tendría sentido alguno. Tanto para creyentes como para escépticos, un milagro es un acontecimiento que deja a todos sin palabras, intentando hallar una explicación distinta de la de una intervención sobrenatural, pero incapaces de hacerlo. Si el elemento de lo inexplicable está ausente, entonces no tenemos un milagro en el verdadero sentido de la palabra.
Creer en los milagros no es algo fácil ni un fin en sí mismo. Pero es la transición la que hace posible que nosotros podamos recorrer el camino que va desde una cosmovisión general teísta, a una aceptación concreta de lo que Dios ha realizado en la historia a favor de nuestra redención.
Hace mucho tiempo, en el monte Carmelo, el profeta Elías lanzó un desafío a los profetas de Baal, sobre qué dios Yahveh o Baal podría producir fuego de manera milagrosa. Fue Yahveh, por supuesto, quien hizo cumplir su voluntad. Sin embargo, este hecho no se ubica en el corazón de lo que los milagros significan para el cristiano. De un modo mucho más importante, gracias a que hay un Dios quien realiza milagros nosotros podemos estar seguros de la salvación que Dios nos proveyó en el monte Calvario.